Sobre el aburrimiento y un coche en medio de La Mancha
Cristina del Águila
Ante Mantenimiento Preventivo. Detección de partículas metálicas no podemos evitar que nos vengan a la cabeza conceptos como los de fragmentación, rotura, ausencia o accidente por lo que implican las piezas aquí expuestas. A mi parecer, todas estas ideas que parecen acudir a nuestro encuentro tras contemplar la instalación de Timsam Harding tienen que ver, no solo con el ámbito automovilístico que, por otra parte, suele aparecer en su producción, sino que se relacionan de manera directa y evidente con la corporalidad. Este logra crear analogías sorprendentes entre diferentes objetos accidentados, mutilados o heridos y los diferentes cuerpos humanos que pueblan nuestro mundo. Pero va aún más allá, se plantea cuestiones que rozan lo performativo, aludiendo claramente a lo corpóreo y a lo que puede acontecer no solo en las carreteras o cunetas, sino también en los distintos parajes con los que se encuentra en sus viajes.
Desde hace un tiempo, Harding parece interesado por distintos sucesos que ha podido contemplar en sus trayectos infinitos a bordo de su inseparable furgoneta, convirtiéndose su relación con esta en un eje central de su propia producción artística. Pero vayamos por partes. Al principio, comenzó a fijarse en cómo después de distintos accidentes que tenían lugar en autovías y autopistas, el paisaje cambiaba de manera sutil, apenas imperceptible. O al menos es así si no se está lo suficientemente atento y abierto como para que se produzca el encuentro. Podemos llamar a esto apertura o aburrimiento, ciertamente son dos conceptos que van de la mano, ya que uno propicia al otro. En estas travesías que podían durar varias horas decidió viajar con su cámara para recoger aquellas huellas que solían llamar su atención. Podríamos decir que Timsam ha ido recolectando acontecimientos accidentales a lo largo de aquellos caminos monótonos y tediosos que tantas veces tuvo que recorrer.
Parece claro que al transitar por aquellos parajes, pudiera encontrarse con objetos curiosos que se hallaran destrozados o fragmentados, por las características de estos lugares donde los accidentes está claro que antes o después se van a producir. Pero lo cierto es que también debemos señalar que su actitud con respecto a estos encuentros que parecieran fortuitos es, como apuntamos en el párrafo anterior, la de apertura o aburrimiento, podríamos decir también que es la de una espera padecida. Durante estas travesías el tedio parece instalarse en él de una manera deliciosa: propiciando precisamente que se mantenga abierto a lo que pueda suceder. Según Byung-Chul Han en su célebre ensayo La sociedad del cansancio de 2010, estos intervalos de tiempo a los que aludimos, propician que seamos capaces de contemplar un presente que, tal vez, no sabíamos que estaba ahí. Nos volvemos permeables a ciertos acontecimientos a los que de otro modo no podríamos atender. Estas situaciones no son ni mucho menos excepcionales, sino precisamente todo lo contrario: cotidianas y banales, o al menos, son catalogadas como tal y por eso no solemos prestarles atención en absoluto. Estamos acostumbrados a hacer caso únicamente a aquellas cosas que no parecen ordinarias y que se nos presentan con fuegos artificiales. Pero, ¿nada más merece nuestra atención?
Que ocurran accidentes en la carretera es algo normal (aunque el accidente en sí no pueda definirse como tal por su propia naturaleza que altera lo previsto) como ya hemos comentado, antes o después suceden, no debe sorprendernos en exceso y mucho menos a aquellas personas que pasan mucho tiempo sentadas al volante. Pero debemos recordar algo, si bien, son algo que se sale de la norma y que son capaces incluso de acaparar todos los informativos televisivos del día, los restos que dejan a su paso en las carreteras tras recoger el desastre son todo lo contrario; es precisamente de esto de lo que hablamos y no del percance en sí. Los rastros parecen imperceptibles, aún así Timsam es capaz de encontrar en estos cambios del paisaje aparentemente nimios, algo extremadamente atrayente para él, no por el morbo que provocaría pensar en qué sucedió exactamente y cuál haya podido ser el resultado, sino por la capacidad que tienen estos hechos de pasar totalmente desapercibidos. Tal vez, en esta asociación que comentábamos al principio se encuentre el quid de la cuestión. Para él, estos acontecimientos y lo que sucede con su propio automóvil se encuentran profundamente ligados con lo que le sucede a los cuerpos, a su propio cuerpo, a los seres humanos.
Lo que Timsam nos muestra es lo que puede sucederle a un coche en la carretera, esto puede verse como analogía de un golpe, una fractura o la pérdida de un extremidad. Y precisamente por esta relación que se establece él cuida su propio automóvil con mimo y dedicación. Quizá podríamos afirmar que siente este como una prolongación de su propio cuerpo, teniendo con él una relación puramente empática que le ha llevado a querer realizar por sí mismo las labores de puesta a punto y mantenimiento. Su actitud y su conexión con su furgoneta, aquella que le acompaña en los encuentros que son tan esenciales en la realización de sus piezas puede recordarnos a la relación entre el protagonista de Zen y el mantenimiento de la motocicleta de 1974 y su vieja amiga de dos ruedas, la cual era cuidada por este con esmero. Robert M. Pirsig logra en esta novela tan sorprendente como evocadora trasladarnos a las carreteras de Estados Unidos de una manera que nos recuerda, tal vez, a la clásica En la carretera de 1957 del célebre escritor beat Jack Kerouac. Me consta que ambas lecturas son importantes referencias que de una manera u otra han calado profundamente en la concepción de su propia producción.
Timsam se nos presenta por tanto como una persona paciente que es capaz de esperar el encuentro sin forzarlo de ninguna manera, pero también se muestra receptivo a formas de hacer que tienen una evidente conexión con lo performativo, mostrándose interesado en la relación que se establece entre el conductor y el vehículo que maneja. Así comienza también este proyecto titulado Mantenimiento Preventivo. Detección de partículas metálicas, con un hallazgo que desencadena una serie de reacciones que se convierten posteriormente en piezas. Este se encontraba transitando la E-5 en un campo de La Mancha cuando de repente, ante sus ojos aparece la siguiente imagen: un coche accidentado y abandonado a su suerte allí en medio de la nada más absoluta. Se para a fotografiar esta escena y días más tarde vuelve a pasar por aquel lugar. Para su sorpresa, el vehículo ha cambiado de posición y se encuentra de lado. La vez anterior ya pudo comprobar que lo habían desguazado, pero en esta ocasión, además de que se hayan llevado más fragmentos del mismo, lo han girado. Realiza otra fotografía de esta nueva postura en la que ha hallado el automóvil y a su mente acude el recuerdo de un relato que escuchó siendo un niño y que le marcó profundamente sobre un riñón robado en el aseo de un tren. Siente ese coche como un pobre desgraciado al que le han quitado partes de su cuerpo para ponerlas en otros que las necesitan.
La instalación producto de la investigación teórico-práctica seguida por Timsam Harding durante varios meses nos habla también sobre las similitudes entre un taller y un quirófano, no solo por la finalidad que comparten estos espacios, sino por cómo están construidos ambos y los elementos que en ellos se pueden encontrar, tales como: un lugar específico donde reposa el “paciente”, estanterías y muebles de acero inoxidable donde colocar las herramientas que se deben usar en la “operación”, etc. Mantenimiento Preventivo. Detección de partículas metálicas muestra una serie de reproducciones incompletas de contenedores de aceite en plomo, donde la imagen del metal pesado, junto a las impurezas de la reproducción, llevan a una imagen del deterioro, la pérdida, o incluso de aquello que ha sido desenterrado tras años bajo el suelo. Una de ellas, reluciente y cargada de color se posa sobre una mesa que funciona como cama o altar mostrando sus tripas brillantes y este soporte a su vez está rodeado de tubos de plástico con restos de aceite y refrigerante que salen de conductos de acero. Finalmente, encontramos una fotografía del coche de La Mancha que se muestra tras un marco metálico y frío junto a dos imágenes más donde se observa el levantamiento del vehículo.
Las relaciones que se han establecido aquí entre cuerpos y máquinas y que, por supuesto, se han establecido a lo largo de la historia no nos son ajenas, por eso mismo Timsam siente empatía por aquel coche solitario en medio del campo manchego. Y también precisamente por este motivo decidió hace años realizar él mismo las labores de mantenimiento de su furgoneta como comentamos anteriormente. Esto le ha llevado a acumular diversos objetos como botes de aceite, filtros y diferentes herramientas, y sobre todo, a leer sobre cómo se realizan correctamente las distintas tareas relacionadas con el cuidado de automóviles. Algunos de los descubrimientos que más le han sorprendido vuelven a reforzar la antigua conexión de la que hemos hablado a lo largo de estas líneas, como por ejemplo, cuando lee sobre cómo el aceite se analiza, igual que la sangre, para diagnosticar los diferentes fallos que pudieran existir. También algunos procesos parecen evidentemente similares como el de la alimentación que se traduce en el combustible que requieren para funcionar. Nuestros “diseños” se muestran a sus ojos parecidos; están ligados, unidos. Las conclusiones a las que llega con su investigación no deben extrañarnos ya que todo lo que hemos creado y construido los seres humanos a lo largo de la historia siempre tiene y ha tenido como modelo nuestro propio cuerpo. Este es lo único que tenemos y lo que realmente somos: cuerpos que habitan un mundo donde el accidente y lo imprevisto están presentes.